La cordillera de los Andes, que recorre Chile de norte a sur como una columna vertebral de piedra, es uno de los sistemas volcánicos más activos del mundo. Con más de 90 volcanes considerados activos y monitoreados, el territorio chileno es un laboratorio geológico en constante transformación. Desde el imponente Villarica, que escupe fuego y cenizas con una regularidad casi ritual, hasta el Láscar, que domina el desierto de Atacama con su perfil humeante, los volcanes moldean no solo el relieve del país, sino también su historia, su cultura y su riesgo cotidiano.
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Estos gigantes no duermen. En los últimos años, varios volcanes chilenos han entrado en erupción o han mostrado signos de actividad renovada. El Volcán Chaitén, por ejemplo, permaneció inactivo durante siglos hasta su sorpresiva erupción en 2008, que destruyó gran parte del pueblo homónimo y obligó a evacuar miles de personas. Desde entonces, el monitoreo se ha intensificado, y hoy en día, el Servicio Nacional de Geología y Minería (SERNAGEOMIN) mantiene vigilancia constante mediante sensores sísmicos, cámaras térmicas e imágenes satelitales que alertan sobre posibles cambios en la actividad interna.
Sin embargo, no todos los impactos volcánicos son catastróficos. A largo plazo, los volcanes cumplen un rol clave en la fertilización de suelos. Las cenizas ricas en minerales, una vez asentadas y degradadas, aportan nutrientes que permiten el desarrollo de ecosistemas únicos. Zonas como los valles del Maule o la Araucanía deben parte de su fertilidad a antiguas erupciones que enriquecieron la tierra. En este sentido, los volcanes son también agentes de vida, regeneradores del paisaje que alternan destrucción y creación en un ciclo milenario.
El legado de los volcanes no es solo geológico. Diversas culturas indígenas, como los mapuche en el sur o los aymaras en el altiplano, consideran a los volcanes entidades vivas, con voluntad y poder propio. El Villarrica, conocido en mapudungun como Ruka Pillán (“casa del espíritu”), es considerado un ser sagrado, temido y respetado. En muchas comunidades, todavía se realizan ofrendas y ceremonias tradicionales para “apaciguar” al volcán o pedirle protección. Estas cosmovisiones aportan una dimensión espiritual que dialoga con el conocimiento científico moderno.