Fría, poderosa e invisible a simple vista, la corriente de Humboldt recorre la costa occidental de Sudamérica como una arteria oceánica que sostiene uno de los ecosistemas marinos más ricos del planeta. Este fenómeno, también conocido como corriente peruano-chilena, nace en las frías aguas del Pacífico Sur y fluye hacia el norte bordeando la costa chilena. A pesar de su discreta apariencia, su impacto es profundo: regula el clima, alimenta bancos de peces y conecta redes tróficas que se extienden desde las algas microscópicas hasta las grandes ballenas.
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La clave de su poder radica en un fenómeno llamado afloramiento costero. Los vientos que soplan desde el continente hacia el océano desplazan las aguas superficiales, permitiendo que aguas profundas y frías —ricas en nutrientes— asciendan a la superficie. Este afloramiento nutre a las algas planctónicas, que a su vez son alimento de pequeños crustáceos y peces. La cadena alimentaria se pone en marcha, y el resultado es una explosión de vida marina que sostiene pesquerías, aves, mamíferos y, en última instancia, a miles de familias humanas que viven de los recursos del mar.
Gracias a la corriente de Humboldt, Chile se ubica entre los principales productores mundiales de pesca, particularmente de anchoveta, jurel y sardina. Pero esta riqueza no es eterna. En años donde el afloramiento se debilita —por ejemplo, debido al fenómeno de El Niño— los bancos de peces se desplazan o colapsan, y las consecuencias económicas y ecológicas son inmediatas. Las aves marinas, como el alcatraz o el piquero, dejan de anidar por falta de alimento; los lobos marinos se ven obligados a buscar peces cada vez más lejos de la costa; y los pescadores artesanales enfrentan jornadas vacías en alta mar.
El equilibrio del sistema es delicado. A pesar de su productividad natural, la corriente está amenazada por la sobreexplotación pesquera, la contaminación y el cambio climático. La introducción de plásticos, metales pesados y residuos orgánicos en el océano interfiere con la calidad del agua y afecta a las especies más vulnerables de la cadena. Investigaciones recientes del Instituto de Fomento Pesquero (IFOP) han demostrado alteraciones en la distribución de algunas especies clave, que están migrando hacia el sur o hacia aguas más profundas en busca de condiciones más estables.