El retroceso de los glaciares en la Patagonia chilena y argentina ya no es una predicción lejana ni un fenómeno anecdótico: es una realidad tangible y acelerada que está transformando uno de los paisajes más icónicos del planeta. Desde el Campo de Hielo Patagónico Sur hasta los glaciares del Parque Nacional Torres del Paine, la pérdida de masa glaciar ha alcanzado niveles históricos. Científicos que estudian estas masas de hielo afirman que algunos glaciares han retrocedido más de un kilómetro en las últimas décadas. Y lo más preocupante: la tendencia no muestra señales de desaceleración.
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La Patagonia alberga el tercer reservorio de agua dulce más grande del mundo, después de la Antártida y Groenlandia. Esta condición no solo convierte a la región en un punto crítico desde el punto de vista ambiental, sino que también implica profundas consecuencias para la estabilidad climática global. Cuando un glaciar se derrite, no solo perdemos agua congelada: se alteran ecosistemas, se elevan los niveles del mar y se modifica el comportamiento de ríos y lagos que dependen de ese aporte constante y regulado.
Uno de los casos más estudiados es el del glaciar Grey, ubicado en el Parque Nacional Torres del Paine. En las últimas décadas, ha retrocedido más de 2 kilómetros y ha perdido varios metros de espesor. Desde los miradores turísticos, se puede observar a simple vista la distancia entre la masa actual y la línea de hielo que marcaba su extensión hace solo una generación. Esta escena, aunque majestuosa, es también profundamente inquietante: es la huella visible de una crisis silenciosa.
El aumento de la temperatura media en la región —que se ha incrementado en cerca de 1,5 °C en los últimos 50 años— es uno de los principales motores de este retroceso. Pero también influyen otros factores, como los cambios en los patrones de precipitación y la radiación solar. El desequilibrio térmico afecta no solo la capa superficial del glaciar, sino también su estructura interna, debilitándola y acelerando su colapso.